El visitante deja atrás la metrópoli y se sumerge en la carretera adornada por sembradíos de coco, plátano y caña. La industrialización olvidó llegar a los bateyes de la región Sur, cuyos habitantes descansan en casas de madera y pisos de tierra.
La gente, de ojos marrones, piel morena y hebras de cabello azabache, parece vivir feliz conduciendo motores y sustentando sus vidas con negocios ambulantes que ofrecen una libra de uva por RD$100; un racimo de plátanos por RD$200 o una libra carne de chivo a RD$250.
Independencia y Bahoruco fungen como barreras naturales que protegen el turismo de la zona. Su ubicación las colocó en la responsabilidad histórica de proteger el potencial turístico del lago Enriquillo. Esto queda afirmado en que la región está cerca de ver materializado el sueño de convertirse en el nuevo polo turístico de República Dominicana.
Lo puede ser y tiene potencial para serlo. Pero existe una verdad innegable: debe diferenciarse de los destinos como Puerto Plata, Punta Cana y Samaná, que se destacan por su oferta turística “todo incluido” que atrae millones de turistas cada año.
De hecho, el valor de los hoteles, bares y restaurantes contribuyó con RD$384,933.9 millones al producto interno bruto (PIB), generó 375,958 empleos y consolidó una inversión extranjera directa de US$1,011 millones, al cierre del 2022. Pero, los 439,611 habitantes distribuidos en una superficie de 6,769.3 kilómetros cuadrados lo tienen suficientemente claro: el desarrollo de Cabo Rojo, en Pedernales, les beneficiará.
Proyecto
República Dominicana ha sabido explotar el turismo masivo, aquel que construye complejos como los resorts, en el que el turista no residente compra un paquete por una pernoctación de ocho días y gasta unos US$157, frente a los US$774 de los dominicanos no residentes y US$1,033 de los connacionales residentes, indica el Banco Central dominicano (BC).
Este modelo de viajes superó la crisis del covid-19 y fue hace más de 20 años el punto de partida para desarrollar el sector económico. Entre 2020 y 2022 se aprobaron 100 proyectos con una inversión de US$3,816.6 millones, que agregaran 40,384 habitaciones, registra el Ministerio de Turismo (Mitur). Del monto total, La Altagracia reporta 59 proyectos con un valor de US$1,117.7 millones, seguido de El Seibo (US$867.8 millones) y La Romana (US$456.9 millones).
Pero el desarrollo de Cabo Rojo es uno de los retos más importantes del país durante los próximos 10 años, en el cual incluye la sostenibilidad e inclusión social como una visión integral que impactará a la región Sur. Pro Pedernales contempla obras por un monto superior a los US$2,245 millones, prevé la construcción de 4,700 habitaciones en la primera fase, de las 12,000 que contempla el proyecto.
Para el representante de la Cámara de Comercio y Producción de Bahoruco, Isa Miguel Lama, estas acciones demuestran que el turismo en una de las demarcaciones más pobres del país está a punto de despegar.
“Ese desarrollo nos beneficiará. Estamos muy cerca y nos puede ir muy bien si nos preparamos para recibir visitantes y lo estamos haciendo. Con esa visión se están creando rutas agroturísticas, se oferta el senderismo y los riachuelos como Los Guineos y Las Marías”, explicó. Y no es para menos, más del 80% del valor de los bienes y servicios dependen en gran medida de la naturaleza: desde la materia prima hasta la popularidad de una nación que basa su economía en el ecoturismo.
Para el alcalde de Neiba, José Darío Cepeda, las preferencias de los turistas están cambiando. “Nosotros estamos acostumbrados al sol y playa, pero ellos demandan atractivos naturales y otros se interesan por conectar con rutas de la comunidad, como el agroturismo”, sostuvo a elDinero.